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Somos lo que creemos, valemos lo que tenemos en la mente y en el alma. Alcanzamos lo que soñamos con toda intensidad...

miércoles, 18 de marzo de 2009

El Jardinero Fiel por Clarissa Pinkola Estés (2da parte)

(otra parte que me gustó mucho del libro... sobre todo en esta época de pruebas y además algo relacionado con el incendio del verano que tanto marcó nuestras vidas)

- ¿Qué sembrarás allí?- le pregunté.
- No sembraré nada- contestó él.
No lo comprendí. Ya habíamos quemado la tierra otras veces, pues la ceniza fertiliza el terreno cansado.
- ¿Por qué vas a dejar la tierra vacía y sin sembrar, tío?
- Para que sea una invitación, niña mía.
Mi tío me explicó que los pinos y los robles no se propagan en los campos ni se desarrollan creando nuevos bosques a no ser que se deje el terreno sin sembrar. Mi tío soñaba con que aquella tierra estéril se convirtiera en un nuevo bosque de sublime belleza en el que nosotros pudiéramos descanzar.
- Su uno es pobre y carece de árboles, es la persona más necesitada del mundo. Si uno es pobre y tiene árboles, es inmensamente rico en algo que el dinero no puede comprar.
Los árboles, decía, no saldrían si se plantaran semillas en la tierra.
- Las semillas de la nueva vida no hallarán hospitalidad ni razón alguna para descansar aquí a menos que dejemos la tierra sin labrar y desnuda de tal forma que un bosque de semillas la encuentre acogedora.
Tiempo atrás, el padre de mi tío había tenido un buen amigo que le había dicho esas palabras que ahora él me transmitía a mi: hachamasat orchim. Significan "hospitalidad", especialmente con los forasteros. El tío me explicó que éste era el principio por el que trataban de regirse antes de la guerra, el principio al que intentaron atenerse durante la guerra y también ahora, después de la guerra, el principio que tendríamos que seguir para intentar vivir una vez más.
Mi tío dijo que era una bendición acoger al forastero, dar consuelo al caminante y muy en especial al viejo cansado.
- De la misma manera que la risa hospitalaria aguarda un chiste con el que poder expresarse, de la misma manera que los moribundos se muestran hospitalarios en la confiada espera del Único, así también la tierra se muestra hospitalaria y acogedora, tal como corresponde a un verdadero anfitrión.
>> Porque la tierra es paciente, ¿sabes? Recibe la semilla, la mala hierba, el árbol, la flor; recibe la lluvia, el grano, el fuego. Permite y favorece la entrada. Es la anfitriona perfecta- Conluyó mi tío.
Y yo lo comprendí. Las semillas de la tierra, las criaturas de la tierra, las estrellas del firmamento y nosotros mismos... todo éramos huéspedes en ese campo.
Así pues, dejamos la tierra baldía para que las semillas encontraran el camino que conducía hata aquel campo. Serían transportadas por las bocas de animalillos, que tal vez supieran que aquel campo los estaba esperando y dejarían caer las semillas. El mapache comería y depositaría en el campo lo que quedara. El venado que se rascara contra una estaca soltaría las semillas que llevara adheridas a la piel. Tal vez las palomas que sobrevolaran el campo soltaran las semillas que llevaban en el pico. Las condiciones climáticas y el aire contribuirían también a transportar las semillas con el viento.
- Ya lo verás, gracias a la impresionante hachamasat orchim de esta tierra, aquí ocurrirá un prodigio.
>> ¿Sabes cómo conseguir que los árboles crezcan tan libres y hermosos como los más bellos que hayas visto en tu vida? Permitiendo que la tierra sea hospitalaria. ¿Y cómo se hace eso?
>> No tiene nada de asombroso. Tal como se hace con un huésped, primero le ofreces agua. Bueno, eso Dios ya lo ha hecho por nosotros. Aquí, en los campos, Dios nos ha dado esta lluvia. ¡Qué gran anfitrión es Dios!
>> Después añades un poco de sol y un poco de sombra. Pero Dios ya se encarga de eso, con las nubes y el sol. ¡Qué gran anfitrión es Dios!
>> Finalmente, dejas la tierra en barbecho. ¿Y eso qué quiere decir? Quiere decir que la dejas arada pero sin sembrar. Quiere decir que la haces pasar por el fuego con el fin de prepararla para su nueva vida.
>> Ésa es la parte que Dios no hace solo. Dios pide colaboración. De nosotros depende hechar mano a lo que Dios ya ha empezado. A nadie le gusta esta clase de incendio, esta clase de fuego. Queremos que el campo siga siendo lo que siempre fue, en toda su singular belleza, de la misma manera que queremos que la vida siga siendo lo que siempre fue.
>> Pero viene el fuego. A pesar de nuestro miedo, aparece de todos modos, a veces por casualidad, a veces de manera intencionada, a veces por razones que nadie acierta a comprender... unas razones que sólo son asunto de Dios.
>> Pero el fuego también puede encauzarlo todo en una nueva dirección, hacia una vida nueva y distinta, una vida con una fuerza propia de configurar el mundo.
Yo ya estaba empezando a comprender que, en cierto, aquello era verdad...

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